lunes, 28 de julio de 2014

La comunicación en tiempos inexplicables


El informe secreto que ayuda a los israelíes a ocultar los hechos 
La habilidad de los portavoces de Israel obedece a pautas fijadas por el encuestador estadounidense Frank Luntz 

ATENCIÓN: ESTE POST ES UNA TRADUCCIÓN LIBRE DE ESTE ARTÍCULO DE PATRICK COCKBURN EN EL DIGITAL "THE INDEPENDENT" AÚN NO AUTORIZADA EXPRESAMENTE POR SU AUTOR.

Los portavoces israelíes tienen que esforzarse mucho para explicar cómo se ha matado a más de 1.000 palestinos en Gaza, la mayoría de ellos civiles, en comparación con sólo tres civiles muertos en Israel por Hamas con cohetes y fuego de mortero. Pero en la televisión, radio y prensa,  portavoces del gobierno israelí, como Mark Regev, ofrecen un aspecto mucho más astuto y menos agresivo que sus predecesores, que frecuentemente se mostraban indiferentes ante el número de palestinos muertos.

Hay una razón para esta mejora en la práctica de las relaciones públicas de los portavoces israelíes. A juzgar por lo que dicen, están siguiendo una estrategia basada en un estudio profesional, bien documentado y confidencial sobre la manera de influir en los medios de comunicación y la opinión pública en Estados Unidos y Europa. Escrito por el experto encuestador y estratega político republicano Dr. Frank Luntz, este trabajo fue encargado hace cinco años por un grupo llamado The Israel Project, con oficinas en EE UU. e Israel, para ser empleado por aquellos «que están en la vanguardia de la lucha en la guerra mediática con Israel».

Cada una de las 112 páginas del libro tiene la indicación «no distribuir ni publicar», y es fácil entender los motivos. El informe de Luntz, titulado oficialmente «Diccionario del idioma mundial de 2009 del Proyecto Israel» (The Israel project's 2009 Global Language Dictionary), fue filtrado casi de inmediato a Newsweek Online, pero su verdadera importancia apenas fue apreciada. Debería ser lectura obligatoria para todos los interesados, especialmente periodistas, ​​en cualquier aspecto de la política israelí debido a los consejos sobre «qué deben hacer y no hacer» los portavoces israelíes.

Las recomendaciones dejan muy clara la brecha existente entre lo que realmente creen los funcionarios y los políticos israelíes y lo que dicen, esto último minuciosamente matizado por sondeos para determinar lo que los estadounidenses quieren oír. Ciertamente, ningún periodista que entreviste a un portavoz israelí debería hacerlo sin haber leído antes esta relación de muchos de los temas y frases empleados por el Sr. Regev y sus compañeros.

El folleto está lleno de enjundiosos consejos sobre la forma en que deben moldear sus respuestas a las diferentes audiencias. Por ejemplo, el estudio dice que «los estadounidenses aceptan que Israel “tenga derecho a unas fronteras defendibles”, pero la cosa no mejora al definir exactamente cuáles deben ser esas fronteras. Hay que evitar referirse a las fronteras en términos de pre- o post-1967, ya que esto sólo sirve para recordar a los estadounidenses la historia militar de Israel. El apoyo al derecho de Israel a defender sus fronteras, por ejemplo, cae de un magnífico 89 por ciento a menos del 60 por ciento cuando se habla de ellas en términos de 1967».

¿Y qué decir del derecho al retorno de los refugiados palestinos que fueron expulsados ​​o huyeron en 1948 y en los años siguientes, y no se les permite regresar a sus hogares? En este caso, el Dr. Luntz ofrece consejos sutiles para portavoces, cuando afirma que «para los israelíes, el derecho al retorno es un tema difícil de comunicar de manera efectiva, porque gran parte del lenguaje israelí recuerda a las palabras "separados pero iguales" de los segregacionistas de 1950 y los defensores del Apartheid en la década de los 80. El hecho es que a los estadounidenses no les gusta, ni creen, ni tragan el concepto de “separados pero iguales».

Entonces, ¿cómo deben los portavoces enfrentarse a lo que el libro admite que es una pregunta difícil? Deberían denominarla una «exigencia», con el argumento de que a los estadounidenses no les gusta la gente que plantea exigencias. «Después, decir que “los palestinos no están contentos con su propio estado, y ahora exigen territorio dentro de Israel”». Otra sugerencia para una respuesta efectiva es afirmar que el derecho de retorno podría llegar a ser parte de un acuerdo final «en algún momento en el futuro».

El Dr. Luntz constata que los estadounidenses en general tienen miedo de la inmigración masiva hacia los EE UU, por lo que la mención a la «inmigración palestina masiva» hacia Israel se les atraganta. Si nada de esto funciona, habría que decir que el retorno de los palestinos «descarrilaría los esfuerzos para lograr la paz».

El informe Luntz fue escrito a raíz de la Operación Plomo Fundido en diciembre de 2008 y enero de 2009. En ella murieron 1.387 palestinos y nueve israelíes.

Hay todo un capítulo sobre «Aislar el Hamás respaldado por Irán como un obstáculo para la paz». Desafortunadamente, el 6 de julio se inició la operación Margen Protector, planteando un problema para los propagandistas israelíes, porque Hamas se había distanciado de Irán en la guerra en Siria y no tenía contacto con Teherán. Las relaciones amistosas se han reanudado en los últimos días —gracias a la invasión israelí.

Una gran parte de las recomendaciones del Dr. Luntz versan sobre el tono y la presentación del caso israelí. Afirma que es absolutamente crucial rezumar empatía hacia los palestinos: «Las personas “persuadibles” [textual] no se preocupan de cuánto sabes hasta que notan cuánto te importan; por tanto, demuestra empatía hacia AMBAS partes». Esto puede explicar por qué muchos portavoces israelíes aparecen al borde del lagrimeo, mientras narran la difícil situación de los palestinos al ser machacados por las bombas y los proyectiles israelíes.

En una frase en negrita, subrayado y con mayúsculas, el Dr. Luntz dice que los portavoces israelíes o los líderes políticos no deben nunca justificar ni lo más mínimo «la masacre deliberada de mujeres y niños inocentes» y deben desafiar agresivamente a aquellos que acusan a Israel de ese crimen. Los portavoces israelíes se empeñaron a fondo en ser fieles a esta prescripción cuando 16 palestinos perdieron la vida en un refugio de la ONU en Gaza el pasado jueves.

Hay una lista de palabras y frases que deben ser utilizadas y una lista de las que hay que evitar. La de Schmaltz es la más utilizada: «La mejor manera, la única manera, de lograr la paz duradera es lograr el respeto mutuo». Sobre todo, debe destacarse en todo momento el deseo de paz de Israel con los palestinos, porque esto lo que los estadounidenses quieren que suceda de forma abrumadora.

El Dr. Luntz cita como ejemplo de «frase con gancho» israelí efectiva», la que dice: «Quisiera dirigirme en concreto a las madres palestinas que han perdido a sus hijos. Ningún padre debería tener que enterrar a su hijo».

El estudio admite que el gobierno israelí realmente no quiere una solución de dos estados, pero señala que esto debe disimularse, porque el 78 por ciento de los estadounidenses tampoco desean esa solución. Hay que resaltar el deseo de una mejora económica de los palestinos.

El primer ministro Benjamin Netanyahu consiguió un elevado grado de aprobación cuando dijo que «es hora de que alguien pregunte a Hamas: ¿qué estáis haciendo para llevar la prosperidad a vuestro pueblo?». Cuesta creer la hipocresía de esto: son los siete años de bloqueo económico israelí los que ha reducido la franja a la pobreza y la miseria.

En todos los casos, la presentación de los hechos por los portavoces israelíes se orienta a dar a americanos y europeos la impresión de que Israel quiere la paz con los palestinos y está dispuesto a comprometerse en lograrlo, cuando todas las pruebas apuntan a que no lo hace. A pesar de que no fue concebido como tal, pocos estudios más reveladores se han escrito sobre el moderno Israel en tiempos de guerra y paz.

lunes, 14 de julio de 2014

Yoani, activista a la carrera


Pocos disidentes del castrismo son capaces de transmitir en tan escasos minutos —fueron más de veinte, pero me supieron a cinco— tal cantidad de vivencias y sensaciones como lo hizo Yoani Sánchez en la Casa de América la semana pasada. Pero eso no es raro en ella. No en vano dice de sí misma y de sus compañeros que no son «periodistas de carrera, sino periodistas a la carrera», y eso, si tenemos en cuenta la idiosincrasia de los cubanos, tiene mucho mérito.
En una entrevista cargada de complicidad, la periodista habitual se trastocaba en protagonista, y el habitual protagonista de los reportajes, premio Nobel y genio de la literatura, entre otras muchas cosas, Mario Vargas Llosa, hacía de periodista curioso —y algo embaucador, porque seguro que ya se sabía las respuestas a su cuestionario. Llosa bordaba así el papel de un digno actor secundario, dándole pie a la cubana, para que esta nos pusiera al día, con su tono amable pero contundente y ágil, sobre la vida, o como se quiera llamar lo que se lleva en la isla caribeña.
La autora del blog Generación Y —que le sirvió para darla a conocer en todo el mundo—, ironizó sobre la manipulación que los Castro hacen del lenguaje, llamando «trabajadores disponibles» a los desempleados. La palabra «reformas», dice Yoani, le queda muy grande a lo que está sucediendo últimamente en la isla, cambios cosméticos que, añado yo, esgrimen muchos Estados de la UE para justificar el debilitamiento y muerte de la Posición común, pero esto lo dejaré para otra ocasión.
Los Castro están aplicando la «solución del timbiriche», algo así como del chiringuito, o pequeño kiosko familiar, cuya concesión y solidez comercial dependen mucho de la afinidad al régimen del titular, como me explicó hace poco Carlos Payá, hermano de Oswaldo —por cierto, su muerte, junto con la de Harold Cepero, sigue sin investigarse con seriedad ahora que se cumplen dos años de producirse, en julio de 2012.
Yoani diagnosticó, sin embargo, que lo que realmente necesita el «enfermo cubano» no se arregla con una «tienda de pizzas, a modo de aspirina, sino con un desfibrilador para el corazón económico de la nación».

Para la activista, en Cuba resulta imposible asociarse por afinidades de ningún tipo, «ni políticas, ni económicas, ni amatorias», a pesar de que la represión de Fidel, de grandes titulares, más mediática, haya dado paso al estilo de Raúl, más sutil, con detenciones continuas pero breves, «que no dejan pruebas para presentar» en un improbable juicio.
Don Mario cambió de tercio para preguntarle a la periodista cómo se percibe el prolongado apoyo del régimen venezolano y su petróleo a la dictadura castrista, y si la gente teme que se corte este grifo benefactor.
Yoani en Madrid, el pasado mes de febrero
Yoani Sánchez con el autor de este blog, en febrero de 2014
Además de afirmar que ese apoyo ha podido prolongar más de 10 años la vida a la dictadura, Yoani dividió el sentir de la calle en dos grupos: los que temen la catástrofe de la posible ausencia de Venezuela, y los que, como ella, piensan que si el subsidio termina, Raúl Castro tendrá que acelerar el ritmo de las reformas. De nuevo usó la ironía para decirnos que «lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo».
Continuaba la entrevista y todos teníamos ganas de que esto durase mucho, que no parase de hablar y contar cosas. Era una sensación similar a la que se produce cuando te encuentras con ese amigo al que no ves desde hace tiempo y se aturulla contándote cosas y más cosas, y saltando de unas a otras casi atropelladamente.

Pero Yoani no se atropella, aunque hable muy seguido. Lo tiene muy claro, y nos relata su última obsesión: cómo «14ymedio», su proyecto periodístico más ambicioso hasta ahora, solo les deja dormir 4 horas cada día desde hace dos meses y pico, pero que ya anda con buen paso, contra el pronóstico totalmente pesimista de Vargas Llosa cuando Yoani se lo contó por primera vez. Y para fastidio del régimen, que no ha podido sacudírselo de encima aún, porque el ciberespacio aún es complicado de censurar.
«Trabajamos offline para un medio online», simplificó la activista, mientras relataba el plan de trabajo del equipo de periodistas —y peluqueros, estomatólogos y filólogos—, que prepara el contenido sin conexión en un programa que simula la publicación real en la Web. Después, lo llevan todo empaquetado a algún hotel desde donde se conectan para subir todo a la red.
La entrevista se acercaba a su final, se echaba encima la hora de comer, pero esa frivolidad no venía a cuento. Llosa le preguntó por la vida diaria, la represión, las sensaciones de vivir en una dictadura como la cubana.
Rosa Díez escucha el diálogo entre Vargas Llosa y Yoani
Yoani no necesitaba muchos minutos para resumir su vida cotidiana, en constante estado de vigilancia por parte del régimen. En su piso decimocuarto —origen del nombre del periódico— dice hablar abiertamente, porque no oculta nada, pues firma con su nombre y apellidos todo lo que dice y escribe, pero le preocupa «meter en problemas a la familia», o lo que llama la «satanización social, el fusilamiento mediático», con efectos muy lamentables como el alejamiento de los amigos o el temor a ser vistos cerca de ella.
Para compensar, hay gente que la reconoce por la calle, y le guiña un ojo, o le hace algún gesto de simpatía. Como el caso de la niña de nueve años, cuenta, que la reconoció mientras esperaba en una cola, actividad totalmente normal en la isla: «la chiquilla estaba nerviosa, tocó a su madre, señaló discretamente hacia donde estaba yo, y le explicó quién era haciendo el gesto de teclear con las manitas».
En su última pregunta, el escritor preguntó a Yoani cómo podíamos ayudar en esta lucha a los disidentes, ¿es bueno el embargo, el turismo? ¿qué esperan de nosotros?
Sin rodeos, a su estilo, Yoani sintetizó en pocas frases que lo importante es no mirar hacia otro lado, hay que denunciar las injusticias siempre que se pueda y mentalizarse de que el problema de Cuba está dentro de Cuba. Lo de apoyar o no el embargo, el turismo, la postura de la Casa Blanca, etc., según ella, es poner el problema en brazos de otro, e insiste en que el epicentro de la discusión debe llevarse a Cuba. Asimismo, es fundamental participar en foros como este, cada vez que hay ocasión, no solo por hablar, «por tener micrófonos a nuestra disposición, sino porque en estos debates también aprendemos de vuestros errores, para evitarlos».
Todo esto dio de sí el encuentro, y más. Aún tuvo tiempo Yoani de recordarnos la importancia que la tecnología ha tenido en su trayectoria, para contar lo que piensa. Nos dijo que también puede ser una buena forma de colaborar con la causa: «si van a Cuba, no les cuesta nada echar una laptop o una memoria flash a la maleta, que también serán de gran ayuda».

miércoles, 2 de julio de 2014

La actualidad es un plato que puede servirse frío



La actualidad, como todo el mundo aprende, se superpone imparable a sí misma a modo de capas de tartas o lasañas en constante elaboración. Los asuntos candentes del momento pasan a enfriarse al poco de abandonar el horno editorial o bloguero, para ser consumidos con avidez por traganoticias y engulletitulares.

Cada cual tiene, además, la posibilidad de elegir el restaurante, de papel o de electrones, donde sabe que no le van a defraudar con el menú, y allí acude a saciar las ganas y la curiosidad. Hay quien se convierte en cadena urgente de transmisión de titulares, y corre a reflejar en sus muros y tuits esas mismas noticias; en ocasiones, sin siquiera leerlas antes, sin digerirlas, sin comentarlas, ni explicarlas u opinar sobre ellas (y me pregunto, ¿las habrán asimilado o entendido antes de compartirlas, o lo hacen mecánicamente para demostrar que están al día, como gente bien informada, «por favor»? pero dejemos para otro momento el uso menos modesto, a mi entender, de las redes sociales).

Por desgracia, si los ingredientes de la actualidad son historias humanas, más concretamente, tragedias con personas involucradas, ese enfriamiento es un síntoma nada alentador de que existe una corteza que aísla cada vez más concienzudamente nuestras conciencias, si esto puede ser. 

Captura de una pantalla del juego «FindMe»
El pretexto que alegamos es que sería insoportable vivir con las mismas malas nuevas siempre frescas —o calientes— ante los ojos.  Hasta las peores noticias deben renovarse, justificamos, para no tener tiempo de saborearlas, y para que el regusto agrio no enturbie nuestra existencia más allá de lo admisible ¡bastante dura es ya la vida, sin noticias que la empeoren!

El secuestro de doscientas niñas nigerianas hace más de dos meses por el grupo islamista radical Boko Haram es uno de esos platos que abrasaron nuestra sensibilidad mientras las teles y las radios consideraron que aún tenían suficiente sabor para incluirlos en cada informativo, modificando, eso sí, el acompañamiento o la guarnición. Pocas tertulias se preciaban de estar al día si no criticaban esta tragedia humanitaria y la calificaban, como mínimo, de bestialidad, regreso a la edad media, o fundamentalismo irracional e inhumano. No faltaron los intentos de políticos, presentadores y otros personajes mediáticos, que lucieron sus hashtags reivindicadores para multiplicar la temperatura de la noticia y el disgusto que provocaba entre la gente de bien. Parece que no sirvió de mucho, pero había que intentarlo.

Captura de una pantalla del juego «FindMe»
Pasaron las semanas, y me entero de que hace tiempo que circula un juego —educativo y serio, «serious games» sostienen en sus pantallas—, llamado «FindMe», cuyo objetivo es buscar a las escolares nigerianas, que pecaron al intentar educarse para forjarse un futuro. La única regla del juego es, precisamente, conseguir notoriedad en los medios y, sobre todo, mantenerla, para poder aspirar a un final feliz.

Las pantallas del FindMe, sugieren, con estremecedor acierto que «Cuanto más tiempo salga un niño desaparecido en TV, más probabilidades habrá de rescatarlo con vida».

Sirva este rincón de la red, para devolver, siquiera momentáneamente, el calor a esa ración de actualidad fría y exigir que no se interrumpa la búsqueda de las adolescentes. #BringBackOurGirls

jueves, 26 de junio de 2014

Damnatio memoriae

Los antiguos romanos ya practicaban una peculiar costumbre que me viene muy bien para introducir lo que hoy traigo a estas líneas.

Se trataba de la «damnatio memoriae», una práctica por la que, tras su muerte, debía eliminarse cualquier traza de un personaje relevante que hubiera sido declarado perjudicial para el estado. La labor era ingente, pues había que quitar su nombre y todo lo que recordara su existencia de monedas, pinturas, inscripciones, escritos, leyendas, entre otros sitios. Si, encima, el personaje había sido emperador, se derogaban o revisaban las leyes que hubiera firmado, y se reducía al mínimo su huella política para los restos. Hasta el nombre resultaba proscrito y no debía mencionarse.

No hay que ser muy mal pensado para creer que también debía de ser una forma expeditiva de deshacerse de la posible «herencia recibida», pues también había quien conseguía condenar la memoria de gobernantes anteriores solo para ensalzar la tarea de los entrantes.

Poco se imaginaban los de las túnicas y las sandalias que, muchos siglos después, sus sucesores iban a pedir que se hiciera con ellos algo parecido, pero voluntariamente y en vida.

No obstante, si de verdad prospera eso del «derecho a ser olvidado», se me ha ocurrido que yo quiero reclamar para mí lo contrario, es decir, que se me recuerde por derecho. Reconozco que aún no he hecho nada especialmente memorable o importante; al menos, según el criterio de lo que figura en libros de récords, efemérides, biografías autorizadas o furtivas, o páginas de Wikipedia, aunque sean editadas por mí mismo, o por mis circunstancias, que diría Ortega, o casi.

Lo memorable o lo importante son medidas de las cosas algo relativas, tirando a subjetivas, y me explico: una de mis queridísimas hijas puede opinar que este blog es magistral, porque me compara con el del padre de uno de sus amigos, y ve que, al menos, intento ponerle chispa, alejándome algo de los lugares comunes que trufan la red. Eso sería algo relativo.

Por su parte, otra de mis hijas, igual de adorable que la primera, o más, podría tildar de basura esta publicación, porque para ella todo lo que suponga entrometerse o, en mi caso, exponer mis sentimientos, opiniones o sensaciones sería algo repugnante. Eso sería algo subjetivo. Y estamos hablando del mismo blog, y del mismo padre.

Bien, retomemos el hilo. Decía que pediría ser recordado, o, mejor dicho, no ser condenado al olvido, como les sucedió a algunos romanos insignes, porque quiero pensar que si alguien guglea mi nombre dentro de varias décadas, y en la búsqueda surge alguno de estos escritos, o los que hacía cuando me limitaba a postear cien palabras exactas, al menos unas cuantas personas encontrarían solaz leyendo estos pensamientos desordenados que hoy alimentan esta bitácora —nombre que intentó servir de alternativa a la palabra «blog», pero que no prosperó, como se sabe.

Una dosis elevada de pervivencia y egolatría combinadas me hace desear que mis testimonios, de una calidad relativa y subjetiva a la vez, pudieran servir para mantenerme presente entre los que aún lo estén de verdad, pues ya se sabe que nadie muere mientras permanece en el recuerdo. Esa sería, en realidad, la principal razón que impulsa mi petición.

Mientras relato esto, no obstante, siento que puede surgir un cierto conflicto sobre la fiabilidad de lo publicado por uno mismo, o autopublicado, en esta red de redes.

Como todos sabemos, cuando estamos en sociedad —en la real, la de carne, hueso y polvo—, no aireamos alegremente nuestras facetas más oscuras; más bien, en todo caso, nos refocilamos con el relato de las sombras del prójimo. Por la misma razón, en Internet tampoco nos pide el cuerpo compartir las miserias o tristezas de nuestra vida cotidiana, más allá de referirnos a alguna desgracia, enfermedad o deceso puntuales de familiares o amigos, pero son las menos, por suerte. En consecuencia, un ojeador del pasado solo encontraría nuestra versión más edulcorada o publicable, aquella en la que estamos mejor vestidos para la exposición pública y sin pixelar.

El derecho al olvido que se reclama últimamente a los buscadores, empero, no afecta a esa parte del pasado de cada uno, sino a la de las cosas malas no autopublicadas, las vergonzantes, las que nos pueden cerrar las puertas a un puesto de trabajo o a una nueva amistad: deudas, juicios, multas, embargos, reclamaciones, escándalos, aventuras, borracheras, desmadres, disfraces, fotos en las que nos gustaría aparecer, como mínimo, cubiertos de gruesos píxeles. La relación es tan inacabable, que ni siquiera los romanos serían capaces de aplicar una damnatio memoriae a toda esa información que lastra sin piedad a muchos afectados.

Reconozco que es en estos casos cuando entiendo el porqué de esta reclamación de «ciberborrón y cuenta nueva» que espero no tener que plantear jamás ante ninguna instancia.

martes, 10 de junio de 2014

Por qué prefiero no ser aforado

A la espera de que la manida musa me pille trabajando, me he puesto a teclear. Quizás, cuando haya enganchado la tercera o cuarta velocidad de este bólido de escribir, la susodicha se me asome por la ventanilla y me grite: «Habla de esto, o de esto otro, que aún no hay nadie que lo haya publicado esta semana».

Es evidente que no utiliza buscadores, ni uno de esos enlaces que te llevan a toda la blogosfera mundial; de lo contrario, sabría enseguida que atreverse a clasificar algo como «no publicado aún», es una valiente osadía, permítanme esta redundancia, o casi.

Pues bien, como ya llevo dos párrafos y no me adelanta nadie, me lanzaré al hueco vacío para intentar aclarar por qué prefiero ser desaforado.

Me mola serlo, aunque vaya en contra de la afición actual que tienen muchas personalidades públicas, desde presidentes de gobierno, hasta seguramente, el futuro exrey (con sus dos incógnitas, equis e i, griega, en el cargo), pasando por jueces de tribunales, altos y menos altos, y llegando a todo tipo de servidores de los miles de órganos de gobierno, de justicia y de legislación que atesora nuestro solar patrio.

Parece que el número de personas con algún tipo de aforamiento podría sobrepasar las 10.000. Diez mil titulares de DNI español que resultan ser, como mínimo, menos iguales que todos los demás ante la ley, porque los juzga alguien al que, en algunos casos, han contribuido a elegir entre ellos mismos, por simplificar.

Entonces, ¿a fuer de qué, ser desaforado?

Vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador —buen ejemplo de tipo desaforado, por cierto.

La primera vez que escuché la palabra aforado fue en la facultad de químicas, para hablar de un tipo de matraz, o botellón muy elegante, quizás por combinar un trasero cuasiesférico con un cuello largo y delgado —véase ahora la imagen que acompaña—, y la característica de presentar una marca circular grabada a modo de gargantilla tatuada a esmeril. Eso es un matraz aforado.

La marca indica exactamente la medida del contenido que puede albergar este recipiente. Antes puse botellón, pero los hay incluso de 1 ml, de manera que basta un minúsculo despiste visual durante el enrasado —llenado a ras, a nivel, hasta el aforo— para verse obligados a repetir la operación.

[Ya voy llegando a donde quería, un poco de paciencia, que quedan solo tres o cuatro párrafos, creo] 

Vemos, entonces, que en el contexto de la ciencia, algo que es aforado —y de vidrio— tiene el límite marcado con total precisión. La paradoja se presenta en la vida pública, donde la persona aforada puede sobrepasar las marcas que, además de estar aparentemente por encima de las que tenemos los demás, resultan más difíciles de delimitar.

Con la excusa de mi atrevida ignorancia —véase mi post anterior, y perdón por la autocita— pregunto aquí por qué en unos ámbitos ser aforado constituye un límite y, en otros, carecer de tope, con la posibilidad añadida de escapar al control de esa justicia que se imparte a todo hijo de vecina o de vecino, mire usted.

La explicación que me llega, defendida hasta el desafuero entre los que poseen «la condición», es que hay que protegerles por si durante el ejercicio de sus profesiones públicas llegaran a saltarse la legalidad; en suma, sobrepasar la que debería servir de fuero, en el sentido legal, y de aforo, en el sentido científico, para todos, presuntamente iguales ante la ley, como dice la Constitución.

Por no irme sin responder a la pregunta planteada, diré que me agarro a la definición científica, y prefiero disfrutar todo lo posible de mi desaforamiento vital, mientras me lo permitan las circunstancias. Termino aquí, esperando haber llegado la mayor audiencia —que no aforo— posible. Un placer.

martes, 3 de junio de 2014

La gorra de opinar



Poco puede agregarse al maremágnum de opiniones, críticas, evaluaciones y otras expresiones del parecer que la inquieta actualidad está provocando entre los usuarios patrios de nuestra casi cuarentona democracia —alguna cana ya empieza a peinar, aunque se la disimulen con tinta de algún periódico reciclado.

Tras una segunda mitad de mayo balompédica hasta más no poder, y tauromáquica dramática hasta más no sangrar, sin solución de continuidad, llegó la eurosorpresa del partido nominalmente potente y emergente del singular politólogo de la coleta, la dimisión del cántabro exprofesor de química orgánica, el debate interno o primario en el partido de la rosa, la expresión de la intenciones sucesorias —al trono monclovita— de la exministra autoexiliada en Miami, la dimisión fulminante de un juez constitucional por conducir falto de casco y sobrado de tasa de alcoholemia y, como real colofón, la abdicación del borbón más campechano, con el inminente acceso al trono del sexto de la saga de los felipes de España. Qué estrés.

En esa misma España por ahora borbónica hemos tenido que desempolvar a la vez las tres gorras de expertos que más nos gustan: fútbol, toros y, ahora, alta política ¿qué más queremos? ¿alguien piensa que estamos atocinados y sin opinión? Eso es falso de toda falsedad. O no.

Si pudiéramos cotillear las conversaciones —dicen que Obama ya lo hace—, y llegásemos a escuchar los argumentos de los participantes en cualquiera de los debates espontáneos de estos días, la decepción podría ser más fuerte que la satisfacción, pues resulta que, con honrosas excepciones —profesionales en cada materia, no tertulianos profesionales, por ser algunos juez y parte—, las diatribas no alcanzan a hilvanar más de tres o cuatro razones básicas.

El lastimoso común de los que gastamos esas gorras de analistas reversibles por tres caras hacemos válido el refrán de «la ignorancia es atrevida», y las más de las veces basamos nuestra explicación en el último tuit que hemos visto, o en el penúltimo MEME —foto con frase alegórica, humorística o «de pensar»— que nos colocan en guasap de nuestro móvil. Lecturas de referencia que, en el mejor de los casos, totalizan unas 20 palabras. Hay quien lee blogs o la prensa, pero es minoría, me temo.

Esa falta de fondo documental no nos impide, sin embargo, proclamar sin ningún recato lo que haríamos para solucionar los problemas surgidos en una de esas charletas-debate. Sin pestañear podemos pasar de exigir un referéndum para pedir la III República, a detallar la mejor alineación posible para el mundial, o mostrar las fotos de los últimos morlacos de San Isidro que llevamos en el smartphone, expresando nuestro pronóstico visual para la corrida de esa misma tarde. A veces, incluso, se nos hincha la yugular durante la defensa de nuestras sesudas tesis.

En España, el género radiotelevisivo de las tertulias no hace más que «canalizar» —¿pillan el doble sentido?— lo que mejor sabemos hacer: opinar sobre todo. Luego, no nos quejemos si un día se colocan al frente del cotarro los que mejor sepan manejar y orientar el relato sin más fundamento que el de su propio interés. En mi caso, creo que prefiero la sensación de parecer ignorante y no opinar, que ver las caras de los que me escuchan, porque están confirmándolo, todo por no haber leído o reflexionado lo suficiente sobre una materia.

sábado, 8 de febrero de 2014

Man vs. Mantra



(Traducción voluntaria no autorizada ni remunerada— de un artículo reciente de Joel Stein en Time, texto original)


La meditación ha hecho que mi vida sea mucho más estresante. Esto es así porque es mi mujer quien la practica. Después de un estudio sobre meditación que hice para un artículo de portada de TIME, creo en todos los trabajos que demuestran que condiciona tu cerebro para centrarte y reducir la ansiedad. Lo que nadie se ha preocupado de analizar, sin embargo, es hasta qué punto la meditación es nociva para la gente que vive contigo.

A mi encantadora esposa Cassandra le pareció que necesitaba calmar su mente después de que la maternidad la estresase tanto que comenzara una pelea conmigo, tras la cual terminó dándome la razón. Por mi parte, pensé que le bastaba con seguir haciendo lo que estaba haciendo hasta el momento en que se percató de que yo tenía razón. Pero decidió que necesitaba un curso completo de meditación y se apuntó a uno que duraba cuatro días seguidos, impartido por un tipo llamado Théo Burkhardt. Me sorprendió que encontrase un instructor con solo una tilde en todo su nombre.

Théo enseñó a Cassandra cómo cerrar los ojos y no pensar en nada, sin duda, mientras la miraba. Porque solo hay una razón por la que un hombre se convierte en un instructor de meditación: para echar un polvo. Lo sé porque echar un polvo es la única razón por la que hacen todo todos los hombres. En mi caso, simplemente, no fui listo al elegir una profesión —ninguna mujer se excita cuando le cuentas que vas a hacer chistes hilarantes pero mezquinos sobre ella y la práctica de la meditación en una revista. Para confirmar mi argumento, la página de Théo en Facebook está llena de fotos de él posando con chicas atractivas. También pude saber que antes de enseñar meditación, Théo era actor. Me extrañó que entre sus trabajos previos no se incluyera el de organizador de despedidas de solteras.

Además de enseñarle a no hacer nada, Théo le confió a Cassandra un mantra. Ella se negó a decirme cuál era, con lo que me confirmaba que no era precisamente la palabra «Joel». Ahora, ella y Théo compartían un secreto, y ella iba a repetirlo en silencio para sí misma durante 40 minutos al día.

Más allá de introducir peligrosamente los celos en nuestro matrimonio, la meditación de Cassandra me causa estrés porque ahora se sienta sola en una habitación con la puerta cerrada, cantando el secreto que comparte con Théo dos veces al día, exactamente a las horas en que más necesito su ayuda: por la mañana, cuando preparamos para el colegio a nuestro hijo Laszlo de 4 años de edad, y por la noche, durante la cena, momento en el que Laszlo reclama nuestra atención para entretenerlo. «Lo ideal es hacerlo poco después de levantarte; tampoco se puede hacer después de la cena, porque la digestión se interpone en el camino, así que el mejor momento es hacerlo antes de la cena», explicó.

Théo también envió a Cassandra a una sesión con dos especialistas ayurvédicos que, al encontrarse con ella, debatieron sobre si era un aire o un fuego antes de darle un masaje. Cuando Cassandra volvió a casa, me dijo que deberíamos dejar de usar aceite de oliva, aceite de canola y mantequilla y en su lugar cocinar sólo con manteca y aceite de coco. Esto no habría sido un problema si cocinásemos principalmente comida polinesia y disfrutásemos del olor a quemado de todo.

Pensé que estaba mostrando una mentalidad abierta y sin prejuicios sobre todo esto y le pregunté a Cassandra si le impresionaba mi actitud. «La única cosa molesta es que después de mi meditación, haces algo similar a «Ohhhhhhm. ‘¿ya estás centrada?’ con las manos unidas delante de la cara», me dijo. «Un día diré algo totalmente normal, y responderás, '¡vaya, vaya, no estás centrándote! ¿seguro que estabas meditando? ¡no hables tan alto!' me haces desear que nunca te hubiera dicho que meditases». Aparte de eso, sin embargo, afirma que de hecho su mente se ha calmado. No creo que la meditación esté consiguiendo que Casandra sintonice mejor con el universo, porque si fuera así, habría percibido la energía que le envié diciendo: «¿Por qué no puedes simplemente tomar píldoras como hacen todas las mujeres normales?»

En diciembre, Cassandra comenzó a planear un viaje de meditación de una semana a la India con un grupo de compañeros de meditación. No era un momento particularmente adecuado, ya que tenía el programa piloto de una comedia de enredo y entregaba el guión de una película, además de seguir cotillenado el Facebook de Théo. Le pregunté por qué alguien tenía que ir hasta la India para cerrar los ojos y no pensar en nada. Ella explicó que era el centro espiritual de la meditación. Esto tenía tanto sentido como si me dijeran que era necesario irme a Las Vegas para masturbarse y ver porno.

Al final, Cassandra decidió no ir a la India e incluso aceptó meditar con el estómago lleno. Así que estoy un poco menos estresado. A pesar de eso, es difícil tener a alguien en casa tan centrado en centrarse. Hasta que no se dé por vencida con esto, voy a tener que plantearme empezar a meditar también.